23.06

 
SUPERMAN: LA ERA ESPACIAL. Mark Russell, Michael Allred, Laura Allred. Hay que estar hecho de una pasta especial para atreverse a enfrentarse a la reescritura de una piedra angular del cómic de superhéroes moderno como es Crisis en Tierras Infinitas. Porque esto es lo que, al fin y al cabo, hace Mark Russell en Superman: La Era Espacial, contar el origen del universo DC… y su desaparición. Ubicarlo en los años 60, en plena Guerra Fría, fundar La Liga de la Justicia, entroncarlo con los acontecimientos de nuestro mundo real, llevarlo hasta el evento definitivo de la Crisis de los 80 y acabar con todos ellos. Y como sabemos que Russell siempre utiliza un lenguaje alegórico para escribir una sátira, no hace falta mucho esfuerzo para encontrarla. Ahí está otra vez la crítica de los males del capitalismo, de la industria armamentística, la especulación inmobiliaria, la corrupción política y los oscuros poderes económicos (con su permiso, señor Presidente). Pero le queda un poco burdo, un poco liviano, un tanto falto de profundidad y un mucho evidente. Porque intenta de verdad explorar cómo funcionarían los superhéroes si fueran personas reales en un mundo real, pero le interesa tanto entrar en lo que quiere denunciar, que se apresura y lo simplifica. Esperábamos algo más. Algo más de la idea, algo más del personaje, algo más del guionista y algo más del dibujante. Ese algo más llega en su segunda mitad, cuando ya ha repartido todas las piezas que quería poner sobre el tablero, con un Jonathan Kent, el padre de Superman, robando todo el protagonismo cada vez que aparece. Porque es el personaje más humano de todos, el que representa la mejor cualidad del ser humano: la bonhomía. Bien lo sabe Russell: lo realmente importante no es material, que deviene fútil en el desenlace, sino lo que nos emociona y nos da esperanza. Y esa es la esencia de Superman, también en La Era Espacial.
 
LA CASA DEL DIABLO. José Ortiz, John Wagner, Alan Grant. Josep Toutain, que a finales de los años 70 y principios de los 80 del pasado siglo era el epítome de la modernidad en los tebeos, publicó una serie de libros dedicados a dibujantes clásicos de las décadas anteriores llamada Cuando el Cómic es Nostalgia. Ya entonces la nostalgia era un arma poderosa para atraer a los coleccionistas. Los artistas patrios que se foguearon en revistas tanto norteamericanas como españolas de aquellos años, infatigables jornaleros y talentos sin parangón, son el objeto de nuestra nostalgia ahora. Grandes nombres que reivindicar como el de José Ortiz, prolífico ilustrador especialmente dotado para el género de terror, para amenazantes pesadillas e impactantes juegos de luces y sombras, que dejó páginas excepcionales. En La Casa del Diablo pone imágenes al guión de dos de los grandes fabuladores del cómic británico de la época, John Wagner y Alan Grant, en una historia muy del estilo de su tiempo, muy enraizada en unos tropos y unas formas de contar. Más que asustar, La Casa del Diablo busca el cliffhanger desenfrenado, la sucesión de situaciones fantásticas fuera de lo común, a cada cual más rocambolesca, en la que los acontecimientos se precipitan y que los personajes se toman con absoluta naturalidad. Un batiburrillo de terror, fenómenos paranormales, surrealismo, bélico y ciencia-ficción, todo para adentro engullido sin un respiro y al diablo (perdón) con el que inventará la narración descompresiva. La lectura de un cómic es un placer solitario y aquí tienen un trocito de Historia del Noveno Arte para gourmets… nostálgicos.
 
CAZARRANAS. Jeff Lemire. El Lemire del mes es una de esas obras más intimistas y personales, que es en las que mejor está, en las que se reserva el apartado artístico para sí mismo. Nadie le colorea, además, como lo hace él armado de sus acuarelas. Eso que gana. Pero Cazarranas constituye una reflexión existencialista un poco obvia y bastante previsible, algo que ya hemos visto otras veces antes y mejor de la mano de otros autores. Como suele pasar con Lemire, y más últimamente, esta es una obra que se lee en un suspiro, tan rápido como el autor parece haberla realizado, lo que algunos señalarán como dato positivo, pero que en esta casa no está muy bien visto. Como sabemos que nos estás leyendo, de verdad te lo decimos, Jeff. Nos gustas mucho, confiamos en ti y siempre esperamos que nos entregues algo de calidad. Así que mucha ética del trabajo y tal, pero frena un poco. No todo lo que se te ocurre es digno de ser contado.
 
LA CANTINA DE MEDIANOCHE: TOKYO STORIES, 6. Yaro Abe. Una discordante pléyade de personajes variopintos se reúne alrededor de un plato de comida de batalla en una sencilla taberna de un barrio de mala nota de Tokio a partir de la medianoche para contar historias cotidianas y mostrarnos que hay humanidad y ternura en todas partes. Una oda a la sencillez, a encontrar la felicidad en los placeres de las cosas pequeñas, gracias a la facundia de la más improbable colección de parroquianos que regularmente visitan el local de este anfitrión de quien se intuye un pasado tortuoso sólo por el detalle de la cicatriz que le cruza un ojo y por la calma con la que fuma tras la barra cigarrillo tras cigarrillo. Amas de casa, viejos verdes, policías, prostitutas, yakuzas, strippers, actores porno, boxeadores, oficinistas, travestidos, insomnes, amantes, corazones solitarios… Una postura ante la vida que tiene su reflejo en el encanto de su humilde dibujo, un trazo naif que remata a la perfección la puesta en escena y nos derrite el corazón. Un manga amable y humano, contemplativo e introspectivo, sanador en tiempos turbulentos.