23.04

 
EL PASADIZO. Jeff Lemire, Andrea Sorrentino, Dave Stewart. Siempre es interesante prestar atención cuando Jeff Lemire publica un trabajo nuevo, y más si viene acompañado de su habitual partenaire, Andrea Sorrentino. Sorrentino sigue esforzándose por sorprender en cada página con sus soluciones narrativas y a Lemire se le da muy bien plantear misterios. Este ya empieza dando pinchacitos en el espinazo desde su apertura, pero pronto adquiere todo un aire malsano cercano a un episodio de la serie de televisión británica de los 70 Thriller. Pronto es la palabra. El Pasadizo se lee en un suspiro, pero un suspiro de verdad, lo que en esta casa no se suele recibir como un buen síntoma. No es que El Pasadizo deje mal sabor, en absoluto. Es que deja poco sabor. Como todo lo que está haciendo Lemire en los últimos años, se queda escaso. Dijo Elton John comparando a los Beatles con los Rolling Stones, que los segundos siempre daban material de primera, mientras que los Beatles tenían algo de vendedores de saldos. Es una ocurrencia más o menos discutible, pero la diferencia entre la ética del trabajo y el estajanovismo no es meramente ideológica, y algún día Lemire descubrirá, tal vez no por las buenas, que quizá le convendría abarcar menos y apretar más.
 
CHU. John Layman, Dan Boultwood. En Chew conocimos en profundidad a toda la extensa familia del detective cibópata Tony Chu. ¿Toda? No. Resulta que John Layman se ha sacado de la chistera a una hermana de la que nada sabíamos hasta ahora. ¿Cómo puede ser posible esto? Quizá porque las posteriores aventuras emprendidas tras su obra magna no le salieron tan bien como esperaba y ha optado por darnos una precuela a la que se le intuye futura continuidad. En la primera parte, el gancho consiste en descubrirnos qué le pasó a Chu antes de la serie principal, qué fue de su matrimonio, cómo conoció a su compañero y cómo empezó la gripe aviar. Qué jóvenes son todos. La segunda parte cede ya el control a la hermana de Tony y es, básicamente, Maniac Mansion II: Day of the Tentacle. La nueva hermana es una delincuente con habilidades especiales también en relación con la comida, la historia es divertida y se va convirtiendo con cada paso en un despiporre. Hay muertes a tutiplén, personajes que se nos presentan y vuelan en pedacitos sonrosados dos páginas después, y las descacharrantes prolepsis de Layman (“advertencia: esto no va a salir bien”). Vamos, lo esperable. No voy a decir que el estilo y puesta en escena de Boultwood, salidos de Cartoon Network, mucho más higiénicos de a lo que estábamos acostumbrados, no le sienten de fábula, pero ¿qué ha pasado con Rob Guillory? Demasiadas preguntas…
 
CONTRITION. Carlos Portela, José Antonio Godoy “Keko”. Un episodio de Ley y Orden, con toda la crudeza y la sordidez, sobre el crimen más horrible que se pueda concebir, la destrucción del inocente. Y con él, de todos los que le rodean. Hasta se puede escuchar la voz en off que indica las localizaciones en las que sucede cada acción. Atrapa la intriga, la fea sensación de que somos espectadores a nuestro pesar de algo que nos fascina y nos horroriza a la vez, pero lo que levanta Contrition sobre las demás historias es su disección de las causas y las consecuencias del mal. Y Keko, claro. Keko es un artista con personalidad propia. Los suyos, más que dibujos parecen grabados tenebristas en negro cerrado. Pero un negro sucio, ahumado, como reflejo de una realidad errónea, en la que falla algo. Negro quemado, saturado. Borrones de tinta negra como el alma del agresor sexual. Jamás se rehabilita.
 
RED ROOM. Ed Piskor. Ed Piskor da en Red Room lo que promete, un snuff en toda la cara. Nada refinado. Todo lo sucio que hay en el cuerpo, humores y fluidos; todo lo depravado que hay en la mente. Emociones fuertes exhibidas como en una carnicería, ilustradas con un estilo obsesivo y de comix underground que recuerda a Spain Rodríguez, las producciones de la Troma y todas las películas baratas de casquería de los años 80. No es tan rompedor. Semejante nivel de tortura ya lo vimos, por ejemplo, en Una Historia de Violencia y lo llevó al límite Raulo Cáceres en su etapa en Crossed, cuando aquella serie se convirtió en una competición de a ver quién es más bruto. El ser humano siempre superará nuestras expectativas. Siempre hay alguien capaz de ir más allá. Y eso es lo peor de todo, que esos personajes suenan verdaderos, que sus motivaciones y actitudes parecen fruto de la observación de la realidad. La imaginación para el mal es infinita. Destruir es muy sencillo.
 
BALAS PERDIDAS: SUNSHINE & ROSES PARTE 2, CAMBIO DE PLANES. David Lapham. Si se trata del mejor thriller noir (francés e inglés mezclados en la primera frase, ¿cómo lo ven?), Balas Perdidas debería ser citado de primeras. Un serial inagotable y expansivo salpicado de violencia cruda y descarnada que puede rozar la comicidad en el sentido tarantiniano, pero que también muestra una cierta ternura por la condición humana. En Balas Perdidas no hay cajas de texto, no hay monólogo interior, sólo grandes diálogos que definen a cada personaje, con un reparto extensísimo, bien diferenciado y que salta en el tiempo abarcando décadas. El arte es perfecto, la gente es real, creíble, en absoluto idealizada. Parecen delincuentes de verdad, nada sofisticados. No son guapos, no son inteligentes, son sólo un puñado de pringados que se creen que manejan el cotarro, que parten el bacalao, que tienen la sartén por el mango, pero no son más que don nadies buscándose la vida, mafiosillos locales de poca monta, matones y camellos. Balas Perdidas es lo mejor que ha hecho David Lapham jamás, es la obra de su vida, a la altura de Criminal de Ed Brubaker. Una delicatessen para amantes de Pulp Fiction, imprescindible para gente inteligente con buen gusto y para lectores de paladar fino.
 
ICE CREAM MAN (EL HELADERO) VOLUMEN CINCO. W. Maxwell Prince, Martín Morazzo, Chris O’Halloran. ¿No se le agotará nunca la imaginación a este equipo? Una nueva colección de historias extrañas y tristes, dice la contraportada. Tristes, sí, e inquietantemente extrañas o extrañamente inquietantes, habría que añadir. El nuevo volumen nos ofrece un episodio que analiza la pérdida de la vida que se nos desvanece través de la pérdida de memoria en la vejez. El mismo objeto de interés, desde otro enfoque, lo encontramos en otro capítulo que se centra en la vacuidad de la existencia, que nos pasa como algo fantasmal, casi ajeno a nosotros mismos. Hay también una disección del mito contemporáneo de Superman revertiendo los roles de Lois Lane y Clark Kent. Un número con obvias referencias a All Star de Grant Morrison y Frank Quitely, con el que el estilo de Morazzo tiene no pocas concomitancias. Pero es que el artista argentino, además, se divierte jugando con las formas narrativas y los diferentes estilos de dibujo, desde el de los cuentos infantiles al manga de Shigeru Mizuki. Aunque El Heladero que guía el título no aparezca en todos los episodios, los autores crean un universo común a base de pequeños detalles que aparecen recurrentes a través de toda la serie. Una maravilla que sigue sorprendiendo, de lo mejor que se está publicando ahora mismo. Aunque tiene que ser todo un desafío para cualquier traductor.
 
MAGE. Matt Wagner. Esta es la obra más personal de Matt Wagner. Su estilo, sus temas y sus intereses han crecido y han evolucionado con ella, y también han hecho crecer al personaje. Éste, como su autor, ha madurado; se ha hecho más sereno y reflexivo. Y ha engordado y se ha quedado calvo, como el autor. Pero también como sus propios lectores, que, de igual manera, han ido cambiando con el tiempo. Es obvio que Kevin Matchstick es un reflejo de Wagner y que el artista está hablando sobre sí mismo y sus circunstancias a través de un tebeo de fantasía. Ahora ambos son hombres de familia con hijos, y sus inquietudes y preocupaciones son otras. En cierto modo, Mage ofrece otra visión del veterano gruñón que era Frederik Peeters en Oleg, disgustado frente a una nueva generación que ni le gusta ni comprende, que “lo único que hacen es mirarse al espejo” porque “lo que cuenta hoy en día es la imagen y el estilo”. Wagner y Matchstick han pasado de ser jóvenes que perseguían la grandeza a ser hombres que la rechazan porque lo único que desean es una vida normal. En su “senda en la vida” han aprendido qué es lo verdaderamente importante y qué están dispuestos a sacrificar por ello. Quizá en eso consiste envejecer de manera plena.
 
STRAWBERRY SHORTCAKES. Kiriko Nananan. Toko es bulímica y está resentida porque su novio la ha dejado por otra. Chihiro sale con un compañero de trabajo, aunque no siente nada por él y se encuentra desatendida. Suzuki vive sola y ansía tener una historia de amor. Akiyo sufre porque está enamorada en secreto de su mejor amigo y no puede pensar en otra cosa. Mujeres jóvenes en la gran urbe japonesa que envidian las vidas que creen que tienen las otras. Vidas que giran en torno a su relación, o la ausencia de ella, con los hombres. Insatisfechas, frustradas y deprimidas. A todo lo que aspiran es a casarse y dejar el trabajo. Aquí tenemos otro retrato de una sociedad fría, apática y desapasionada, constreñida por las convenciones sociales. Estas no son historias de amor, son historias de obsesión. Y las vidas de estos personajes son muy tristes, pero no por la existencia de ese agujero que creen que necesitan llenar, sino por su total dependencia de él.