23.01

 
STRANGE ADVENTURES. Tom King, Mitch Gerads, Evan “Doc” Shaner. Todos los grandes escritores tienen “su” tema. Tom King ha vivido la guerra y ese es su tema: la guerra y sus consecuencias. No a nivel geopolítico, sino lo que la guerra hace con las personas y en qué las convierte. Ha sido agente de la CIA, algo que siempre sale a relucir cuando se habla de él, y eso ha dejado una profunda huella en su personalidad y en su obra. Constantes que se repiten, como el estrés postraumático, la depresión, la necesidad de la familia como refugio y un conocimiento en primera persona que le hace adoptar una posición distante acerca del idealismo. King nunca da nunca una respuesta, sólo nos muestra los cincuenta tonos de gris de la realidad. Strange Adventures es su visión sobre el reflejo oscuro del héroe, “el hombre roto por la lealtad, por la estupidez de amor”, que, sí, la guerra es cruel y es sucia y uno hace lo que sea necesario para sobrevivir. No todos los días puede uno leer un tebeo así.
 
SILENCIO. Didier Comès. A mediados de los años 70 del pasado siglo, las revistas franco-belgas abrieron la puerta a unos tebeos revolucionarios que abordaban temas y formas que el cómic americano no se atrevía a pisar. Allí debutó este cuento, casi infantil, casi perverso, que es una oda a la sencillez y a la comunión con la naturaleza; un estudio sobre la ingenuidad, la bondad y las concomitancias entre ambas, y sobre el odio, los prejuicios, el resentimiento, y sobre cómo estos pudren y destruyen al que los siente. Poético, rural y con influencias del neorrealismo italiano y el simbolismo expresionista de Ingmar Bergman, Silencio se beneficia del expresionista trazo de Comès, directamente influido por Hugo Pratt, Guido Crepax y Guy Peellaert. Pero aquí no hay psicodelia. Es todo mucho más terrenal.
 
47 CUERDAS. Timothé Le Boucher. El estilo del joven Le Boucher, limpio, con una paleta de colores pastel, gran sentido de la narrativa y los silencios justos, tenía que desembocar en esta historia impregnada de belleza y sensualidad, de refinado erotismo, ambigüedad sexual y fluidez de géneros. Es otra vez un relato de obsesiones, pero ahora tiene algo de juego perverso, a veces frío, a veces apasionado y, por momentos, aterrador, en un mundo de fantasía tan sugerente como el de Sandman de Neil Gaiman. La decadente elegancia que el autor imprime a un ambiente tan refinado como el de la música clásica, al que, a la vez, baja a tierra, produce una sensación de extrañamiento, una inquietante sensación de que hay algo oculto. De que, bajo la brillante y roja piel de la manzana, la carne está podrida de gusanos. Es una gran fantasía, una representación de lo que somos capaces de hacer por un amor mal entendido, hasta llegar al abuso y el maltrato. Aunque pareciera que Le Boucher no sería capaz de hacer algo a la altura de El Paciente o Esos Días que Desaparecen, esta ambiciosa 47 Cuerdas se perfila como su obra magna.
 
MOONSHINE. Brian Azzarello, Eduardo Risso. El gran final de una obra que, quizá, ha pasado demasiado desapercibida a la sombra de su hermana mayor, 100 Balas, fruto del mismo tándem. Aquí es donde todas las piezas que se han ido moviendo sobre el tablero confluyen en una gran confrontación. Combinar gangsters durante la ley seca con hombres lobo en la América profunda sonaba, a priori, como una mezcla improbable, pero ha funcionado espléndidamente. Están todos los tópicos del género: la mujer fatal, el antihéroe duro, el villano despiadado; pero todos ellos retorcidos, pervertidos, siempre con la sorpresa a la vuelta de la página. De fondo, todo un plantel de personajes reales de la época: Lucky Luciano, Joe Masseria, Salvatore Maranzano, Eliot Ness y el caso que Ness llevó tras la detención de Al Capone y que también inspiró Torso de Brian Michael Bendis. Azzarello y Risso saben hacer encajar todo ello a la perfección en su trama y que los eventos históricos le den sentido y una dimensión extra. Un tebeo cocido a fuego lento, soberbio, sucio hasta la repugnancia.
 
MATTÉO. Jean-Pierre Gibrat. Remata el gran fresco histórico de Jean-Pierre Gibrat. Un repaso a todas las grandes confrontaciones que sacudieron Europa durante la primera mitad del siglo XX. La Revolución Rusa, la Guerra Civil Española, dos Guerras Mundiales. Gibrat nos enseñará todo lo que había de equivocado en ellas, cómo lo que puede parecer altruista se pervierte también por la ignorancia y la mezquindad. Y, a la vez, profundizará en la vida, pensamiento y evolución de su protagonista, el joven izquierdista, al principio reticente, que luego se embarca en todas ellas llevado por sus ideales, y en todo el plantel de secundarios que le acompaña. Mientras, la vida cotidiana seguirá entre la tragedia. Esta es la historia en minúscula de la gente corriente, la que padeció los lances agridulces de la Historia con mayúsculas. Y, claro, no nos olvidemos de decirlo, con un dibujo exquisito.
 
EL DOCTOR JEKYLL Y MISTER HYDE. Lorenzo Mattotti, Jerry Kramsky. El clásico de Robert Louis Stevenson, adaptado bajo la influencia de las vanguardias artísticas de principios del siglo XX y con el estilo al rojo vivo casi fauvista de Mattotti. Un revolucionario del color para una historia usualmente representada entre penumbras. La alegoría de la parte reprimida más oscura de nuestra alma, de los apetitos que no nos atrevemos a colmar, del hedonismo sin freno hasta sus últimas y autodestructivas consecuencias. Pero el valor de esta adaptación no está tanto en lo que se nos cuenta como en la forma en que se nos cuenta. Como si la forma se mimetizase con el fondo, no da un momento de calma. Todo es desaforado, expresionista hasta el extremo de la caricatura guiñolesca, retratando no sólo a un protagonista depravado, sino también a un reparto igualmente perverso. A pesar de que con nuestros estándares pueda parecernos ingenuo, las actitudes y expresiones de los personajes llegan a transmitir verdadera incomodidad al lector, como un retrato de los bajos fondos en una película muda del expresionismo alemán.
 
SAINT-ELME. Frederik Peeters, Serge Lehman. Peeters vuelve a unirse al guionista con el que nos dio El Hombre Garabateado para entregarnos la primera parte de un misterio con atmósfera lynchiana y realismo mágico en una localización rural. Asoma también la sombra de Tarantino en los negocios turbios de la peculiar y desestructurada familia de mafiosos, los personajes centrales pintorescos y la violencia descarnada. Un noir cruel, incómodo, desagradable, de brillante dibujo, con un excelente ojo para los diferentes tipos humanos y un colorido abrasador. Una elección de paleta desconcertante, arriesgada y, definitivamente, absolutamente acertada para una historia de género negro fuera de lo común con un lado humanista.