06.22

WEIRD SCIENCE, VOLUMEN 2. Al Feldstein, Jack Kamen, Harvey Kurtzman, Wally Wood, George, Roussos, George Olesen, Joe Orlando. Eran los años 50, los de la guerra fría, la amenaza atómica y la paranoia por el fin del mundo. También eran los tiempos del frenesí por los avistamientos de OVNIs y las películas de serie Z pobladas por seres extraterrestres estrafalarios, bichos gigantescos y científicos locos. Terreno abonado para el arte de Wally Wood, elegante y clasicista; Joe Orlando, retorcido y fino a partes iguales; Jack Kamen, el más exuberante; Al Feldstein y su toque descabellado; o Harvey Kurtzman, siempre burlón. Y luego estaban unas historias que corrían que se las pelaban adelantándose a los tiempos. En ocho páginas o menos se las veían con todos los tabúes: la crueldad con los animales (un científico experimenta con ratoncillos y acaba siendo cobaya de una raza alienígena), la xenofobia (los habitantes de un planeta huyen del apocalipsis sólo para ser exterminados por los de otro planeta que los ven como una amenaza), la denuncia del capitalismo salvaje (una corporación causa un apocalipsis climático al acondicionar La Luna como el siguiente paso de su expansión económica), la transexualidad (una mujer cambia de sexo para poder casarse con un hombre también transgénero) y el incesto (un hombre viaja en el tiempo para descubrir que ha seducido a su madre y se ha convertido en su propio padre). ¿Necesitan preguntarse por qué consideraron a estos tebeos tan peligrosos como para perseguirlos hasta prohibirlos si sólo eran historietas de ciencia-ficción para niños?
 
LAS MIL CARAS DE JACK EL DESTRIPADOR. Antonio Segura, José Ortiz. El nombre de José Ortiz nos retrotrae a la época de las grandes revistas de cómics de los 70 y los 80, tanto norteamericanas como patrias. Creepy y Eerie para Warren, toda la pléyade de publicaciones de la cuadra de Selecciones Ilustradas para el gran Josep Toutain, y aún antes: Vampus, Rufus, Dossier Negro… Tebeos míticos de quiosco que poblaban las pesadillas de los que nos despertábamos a la lectura con ellos y que escondíamos bajo el colchón. Ortiz tenía un talento excepcional para jugar con las luces y las sombras, con un trazo especialmente dotado para el terror. Todo en él resultaba amenazante. Antonio Segura es, probablemente, el gran guionista español de la suya y de cualquier época. Fabulador desbordante que se movía en el ambiente noctámbulo y algo canalla de los autores de la Transición, entre el humo del tabaco y los vapores del alcohol, aporreando sus inquietantes historias en las teclas de su máquina de escribir. Mucho trabajaron juntos y todo ello es bueno, pero quizá destaque entre todo el lote esta colección de relatos cortos, al estilo de la época, que se inspira en el mito del Destripador de Londres para contarnos versiones siempre tenebrosas e impactantes, en ocasiones burlonas, de sus asesinatos. El citado Toutain publicó una serie de libros dedicados a ilustradores clásicos, Cuando el Cómic es Nostalgia. Pues no, es justicia.
 
EL HOMBRE QUE RÍE. Fernando de Felipe. Hay una generación perdida de autores españoles que llegaron demasiado tarde al boom de las revistas de historietas en nuestro país (recuerden: Cimoc, Cairo, 1984, El Víbora…), pero tampoco llegaron a tiempo de formar parte de la invasión por parte de tantos talentos patrios en el cómic book norteamericano. Algunos, como Das Pastoras, siguieron peleando para hacerse un hueco; otros, se retiraron a pastos más verdes. Fernando de Felipe es un caso paradigmático. Con una obra personalísima, intensa, expresionista, dejó el medio para dedicarse al guión y la crítica de cine. Su magnum opus, en el summum de su explosión pictórica y colorista, es la adaptación que publicó secuenciada, condensada y desbrozada, de El Hombre que Ríe, el operístico novelón de Víctor Hugo. Aquí de Felipe viaja del más arrebatador romanticismo al tremendismo más desgarrado, del dramatismo fatalista a las emociones más primarias y trágicas. Cada página es un puñetazo brutal de arte y un prodigio narrativo en el que el autor exuda tinta, sangre, recursos y explosiones de color sobrecogedoras. Un capítulo perdido y recuperado de la historia de nuestro cómic que nadie debería perderse, vive Dios.
 
THOR, DIOSA DEL TRUENO: LA MUERTE DE THOR. Jason Aaron, Russell Dauterman et al. Toda la etapa de Jason Aaron al frente del Dios del Trueno ha girado en torno al mismo concepto: la dignidad. Es decir, si uno está a la altura de lo que se supone que es su deber, su función en el mundo. Si Dios realmente existe, ¿cómo permite que sucedan cosas malas? Es una pregunta algo simplista que ignora el libre albedrío, pero que se han hecho incontables pensadores a lo largo de las eras. Los dioses nunca nos han escuchado. No les importamos. Ese es el punto de partida de la epopeya del ateo Aaron, que para hacer proselitismo se da el gusto de colar unos cuantos chascarrillos en plan cuántos dioses hacen falta para cambiar una bombilla. Aunque no se olvida de la épica, y aquí la hay a raudales, lo que importa en su historia es quién es digno de empuñar el martillo Mjolnir y los motivos por los que lo es. Eso le sirve para una interesante exploración de la relación de Thor con su martillo, al estilo de la que mostraran Dan Slott y Mike Allred en su serie de Estela Plateada. Pero es que está Jane Foster, la antigua enfermera y amor del doctor Donald Blake, primer alias de Thor, empapando toda la serie. Jane tiene cáncer, y eso a su vez sirve también para explorar las consecuencias de la enfermedad, el significado de la dignidad en sí y el papel de la mujer entre los dioses asgardianos, el universo Marvel y nuestra propia sociedad. Ahí es donde Aaron está más atinado y da muestras de todo el buen saber hacer del que hace gala en obras propias como la reciente Los Malditos, con la que su Thor tiene no pocas concomitancias, en la emotividad. Porque cuando Jason Aaron es bueno, es muy bueno. Y si alguien no siente el poder y la gloria, y un nudo en la garganta, al llegar a las páginas finales de este tomo, es que los hielos de Jotunheim corren por sus venas. Así he hablado.
 
DECORUM. Jonathan Hickman, Mike Huddleston. Alguien ha estado leyendo El Incal y le ha gustado. Aquí tenemos un imperio absolutista basado en la religión y formado por una inteligencia artificial colectiva que necesita enmendar una metedura de pata bien gorda, una sororidad de asesinas en plan Isla Paraíso de Wonder Woman alimentadas con ColaCao turbo y contratadas para solventar la faena, muchísimos buenos modales y toneladas de farfolla. Hickman adora la ciencia ficción y construir mundos, y aquí lo ha hecho con armas y bagajes, pero esta vez sus artimañas de diseñador gráfico han ido un pasito demasiado lejos. Y como ilustrador, Huddleston hace una exhibición de técnicas y estilos, pero no queda claro en absoluto por qué toma cada decisión artística y si estas tienen alguna función narrativa. Los que hayan leído Zora y los Hibernautas de Fernando Fernández sabrán de lo que estamos hablando. Ver asomar entre sus páginas al Príncipe Carlos de Inglaterra tampoco le hace ningún favor. Como no podía ser de otro modo, todo es más grande que la vida. Es un dibujo impresionante para una historia más que impresionante en un tomazo de lo más impresionante, pero si quisiéramos un libro de arte, lo buscaríamos en otra parte, y al Hickman más hickmaniano esta vez se le ha ido la mano. Y el piano. En verano.
 
REVIVAL, COMPENDIUM VOLUMEN 2. Tim Seeley, Mike Norton, Mark Englert. Oh, nuestro pobre corazoncito. Revival sigue adelante y alcanza su ecuador. Podríamos hablar de todos los tropezones, de la errática periodicidad, de la simpatía del editor Joseba Basalo, de su labor infatigable y de su mala suerte. Pero no. Hablemos del tebeo, que es lo importante y se lo merece. Lo primero es lo primero: esta es una de las mejores series salidas de Image y de las más desconocidas. Tim Seeley ha hecho grandes cosas en DC, aunque sólo sea porque le dio cuartelillo a Tom King en Grayson cuando este último empezaba, pero es en Revival donde se luce ofreciendo una vuelta de tuerca interesante al concepto de los muertos vivientes, al entrecruzarlo con el género policiaco. Un día, en un pueblo de la América profunda, sus fallecidos recientes vuelven de la tumba como si nada hubiera pasado, para regresar a su día a día. La alegría del principio deja paso a la perplejidad y, luego, a la incomodidad. Hay algo perturbador en esta resurrección, algo que no funciona del todo bien. Seeley desarrolla así un noir rural que retrata de manera esclarecedora una pequeña sociedad conservadora y cerrada, tan bien escrito que sería digno de Stephen King. A una trama compleja, con múltiples ramificaciones, cocida a fuego lento y salpicada de interesantes reflexiones acerca del valor de la vida, se le añade un fresco de habitantes bien perfilados que esconden todos algo podrido. Lo siento, chiste involuntario. Mike Norton cumple con sobrada solvencia, impecable, eficaz y técnicamente brillante, creando un elenco de personajes bien diferenciados entre sí y una perfecta ambientación gélida. Fargo, la primera temporada de True Detective y Revival. Aprovechen ahora que aún están a tiempo de hacerse con ella.
 
CHEW. John Layman, Rob Guillory. Eran los tiempos de la gripe aviar. Antes habíamos tenido otra gripe, la porcina, y la enfermedad de las vacas locas. Faltaba mucho para que llegara el coronavirus, pero pensábamos que no había nada que pudiéramos comer con seguridad. John Layman también pensaba en comida, pero lo hacía de otro modo, y planificaba al detalle su sorprendente debut autoral y la extravagante relación de su protagonista con la comida. El agente de la FDA Tony Chu puede obtener todo tipo de información de lo que come, lo que, por supuesto, le es tremendamente útil en su trabajo y le acarrea no pocos trastornos alimentarios. Imagínense cenar un filete y revivir cómo fue sacrificado el ternero. Pero también darle un bocado a un cadáver y saborear sus últimos momentos. Todo en esta serie es memorable, sublime, ridículo y disparatado. Chu (ojo al juego de palabras, homófono de chew, título de la serie, masticar en inglés) se mueve en un futuro cercano en el que la carne de pollo ha sido prohibida debido a una enfermedad que ha diezmado la población del planeta. Este ocurrente chascarrillo da pie a múltiples paralelismos con la América de la prohibición, la ley seca, el gangsterismo y a marcarse unas risas con un montón de momentos hilarantes, gags recurrentes, bromas ocultas, chistes desopilantes y un chorreo de descabellados personajes sudorosos. Rob Guillory, previamente curtido en trabajos de animación, y eso se le nota, es magnífico. Su estilo caricaturesco se adecua y a la vez representa con más fidelidad a la gente real que cualquier dibujante puntero de superhéroes, gracias. Nadie es guapo, nadie es atlético, todo el mundo da un poco de grimilla. Sabe ser repugnante cuando hay que serlo, pero asqueroso de verdad. Este tebeo es pringoso, mancha, y está cubierto de vómitos y grasa temblorosa. Chew es una sátira con más fondo de lo que aparenta, y es algo que se ve cuando tenemos la fotografía completa. Desde el principio fue un desparrame, pero con el éxito los autores llegaron a hacer lo que realmente les dio la gana. Y, de paso, estamos convencidos, convirtieron multitudes al veganismo.
 
EL SEXTO REVÓLVER, VOLUMEN 2. Cullen Bunn, Brian Hurtt, Tyler Crook, Bill Crabtree. Cullen Bunn, vaya un tipo irregular. Sus obras suelen empezar muy bien y están fantásticamente bien escritas en la tradición de cualquiera de los narradores de terror punteros de su país, pero no sabe o no quiere esforzarse en rematarlas adecuadamente. Tal vez su prolífico estajanovismo le desborde, y no es el único guionista puntero al que le pasa. Tal vez le sea más rentable vender otra miniserie nueva. Su mejor trabajo, sin duda, es Harrow County. Y ello, tampoco cabe duda sobre esto, se debe en gran medida al arte de Tyler Crook, quien también echa una mano aquí, a pesar de que el dibujante titular sea Brian Hurtt. El Sexto Revólver es un trabajo primerizo y ya desde sus primeras páginas Bunn muestra sus constantes: tiene una buena historia de terror sobrenatural entre manos y sabe cómo contarla. Aquí incide en el mismo lore que Harrow County o, incluso, el mignolaverso, ubicándola en unos Estados Unidos recién salidos de la Guerra de Secesión. En El Sexto Revolver dispone, además, del espacio suficiente para tomarse su tiempo, caracterizar personajes y hacer que nos importen. El arte de Hurtt es también extrañamente resultón, como si le hubieran encargado un episodio de la AIDP. Con tan buenos mimbres, El Sexto Revólver puede acabar desbancando a Harrow County. Esperemos que las correrías de Becky Montcrief y Drake Sinclair no acaben siendo un vino aguado como tantas otras.