03.22

BATMAN: EL LARGO HALLOWEEN - ESPECIAL. Jeph Loeb, Tim Sale, Brennan Wagner. Con los años, los detractores de El Largo Halloween se han encargado de señalar su desarrollo tramposo, sus cameos superfluos, sus agujeros de guión y su final pantanoso. Cuando llegó su continuación, Victoria Oscura, también la tacharon de inferior e innecesaria. Es un caso de “en este bar el menú es una porquería y, encima, las raciones son pequeñas”. Estas críticas obvian lo fundamental: El Largo Halloween era, y es, un tebeo para que disfruten tanto los lectores veteranos como los recién llegados. Sin mayores pretensiones. Y ahí es donde cumple su misión con creces. Misterio, intriga, conexión con la tradición y todos los personajes necesarios del cuadro escénico. Una puerta de entrada perfecta a la mitología del tipo del disfraz de murciélago y un saludo al viejo aficionado. Llega ahora, para atar (o no) algún cabo suelto, esta pequeña secuela en la que Loeb insiste en que todos los habitantes que pululan por Gotham sufren algún trauma que les hace estar como una cabra. Sale, por su parte, y aunque ya no es el que era, está a la altura con un trabajo bien esforzado. Así que ¿era necesaria esta adenda? No. ¿Añade algo al cómic original? Algo. Pero ¿es disfrutable? Pues sí. No habría estado de más una mayor extensión. No les extrañe, por tanto, que en el futuro tengamos más añadidos a este especial. Quizá cuando haya otra película. Pero en esta casa, lo que siempre les diremos es: “¡Lean los puñeteros tebeos!”
 
HAY ALGO MATANDO NIÑOS, 3. James Tynion IV, Werther Dell’Edera, Miquel Muerto. El tebeo es muy bonito, dibujante y colorista hacen una exhibición de talento y el desenlace es emocionante y satisfactorio, pero el traductor es un desastre que te saca de la historia en cada página. Que alguien le diga que, sí, en catalán las historias “s’expliquen”, pero en español las historias se cuentan (telling stories en el original). Si se explican es porque no han quedado claras. Y que hacer ver en español no es sinónimo de fingir, por mucho que “fer veure” sí signifique eso en catalán (pretend en el original). Y que, aunque tumbarse (lay down en el original) se diga “estirar-se” en catalán, en español estirarse significa alargarse. O desperezarse. Que se dedique a traducir a un idioma que realmente domine. El catalán, tal vez. Y, de paso, que en Planeta contraten a un editor competente. Por favor y gracias.
 
CINCO AÑOS. Terry Moore. Epítome de artista independiente usualmente alejado de las grandes editoriales, las obras de autor de Terry Moore siempre han salido autopublicadas. Debutó con Strangers in Paradise, que comenzó como una comedia y derivó en muchísimas cosas más, pero que, esencialmente, es una historia de amor. Una hermosísima, emocionantísima, historia de amor en la que cualquier joven estudiante de arte volcaría todas sus ambiciones. Con Echo abordó su visión del cómic superheroico; Rachel Rising fue un tebeo de terror que mezclaba brujería con posesiones demoníacas, y, finalmente, en Motor Girl nos ofreció su versión de la Guerra de Irak y el estrés postraumático. En cada serie se entrecruzaban fugazmente personajes de las otras, dando lugar a lo que se llamó el Terryverso, siempre poblado por grandes caracteres femeninos representados con inteligencia y sensibilidad, siempre abogando por la pluralidad de género y la diversidad sexual, por mucho que uno sospeche que en ello se filtren también sus fantasías frustradas de nerd reprimido. Con la llegada del 25 aniversario de Strangers in Paradise, retomó la historia que le dio la fama y abrió la siguiente fase del Terryverso, que desemboca en este Cinco Años y en el que todos los protagonistas de las respectivas obras confluyen en una trama que, si bien contemplamos con simpatía y nostalgia por el reencuentro con unos personajes que conocemos y amamos, no nos quita de encima la añoranza por lo que hacía de cada una de las respectivas series por separado algo especial y singular. Cinco Años es un tebeo sólo para aquellos que conocen bien el Terryverso. Para entenderlo, disfrutarlo y llegar al capítulo final temiendo por lo que sea de ellas, hay que empezar por esa página de apertura de Strangers in Paradise en la que vemos por primera vez a Francine y Katchoo juntas. Ah, sí, y como dibujante Terry Moore es una maravilla de ternura y crudeza, de expresividad y naturalismo; siempre evocador, siempre con las líneas justas y siempre valiente a la hora de representar de una manera realista y diferenciada los cuerpos de las mujeres. Como cantó el inmortal dios de la música, David Bowie: “Cinco años, vaya sorpresa”.
 
CATWOMAN: EL GRAN GOLPE DE SELINA. Ed Brubaker, Darwyn Cooke, Brad Rader et al. La etapa del escritor Ed Brubaker al frente de Catwoman es aclamada universalmente como la más notable del personaje, pero fue el dibujante Darwyn Cooke quien dio el pistoletazo de salida compartiendo al principio el guión a medias y con su arte inigualable. La trama empieza con la elaboración de un (ejem) gran golpe, pero con el tiempo evolucionaría hacia un relato policiaco con superpoderes en el que se hace hincapié en la defensa de los desheredados frente a la maquinaria del poder. Es en este material en el que el Brubaker se mueve como pez en el agua, no en vano se ha distinguido en el género negro, con más o menos elementos fantásticos, desde Sleeper y La Escena del Crimen, pasando por Incógnito y Gotham Central hasta… bueno, hasta Criminal. El tristemente fallecido y muy añorado Cooke, con su estilo vintage, parece nacido para dibujar cosas como esta y está magistral, como era habitual en él. Más tarde, Rader intenta mantener el pulso, pero no es lo mismo, claro. Luego llegarán más dibujantes; sin embargo, la colección se mantiene muy bien gracias a unos guiones en la mejor tradición de Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Mickey Spillane. Ahí es nada.
 
LA ESPADA SALVAJE DE CONAN: LA ETAPA MARVEL ORIGINAL - 1980, PRIMERA PARTE. Roy Thomas, John Buscema, Tony DeZúñiga et al. El principio del fin. Roy Thomas ya había adaptado todos los relatos originales de Robert E. Howard; estaba acabando con los pastiches, bastante inferiores, de L. Sprague de Camp y comenzaba a echar el ojo a los definitivamente desorientados de Andrew J. Offutt. Se estaba quedando sin material que saquear y hasta sus propios guiones flaqueaban. También el arte estaba abandonando el brillo y el preciosismo de años anteriores. Con Tony DeZúñiga y Alfredo Alcalá fuera del foco o levantando el pie, se empezaba a echar mano de entintadores más toscos, más vulgares, menos refinados. Conan el Libertador es memorable, principalmente, porque cuenta el ascenso del cimmerio al trono. Pero Conan y el Brujo ya es un paso atrás. El bárbaro está fuera de carácter, la ambientación es inadecuada, la historia vaga de lo poco atractivo a lo absurdo y la intervención de Ricardo Villamonte no ayuda. A la vuelta de la esquina estaba la partida de Thomas de Marvel a DC a causa de su mala relación con Jim Shooter, su editor en jefe por aquel entonces. Se marcharía justo a tiempo para dejar una impecable etapa legendaria en el personaje. Lo que vendría después sería un páramo. Y el regreso de Thomas en los 90, un despropósito fuera de tiempo y lugar. Mejor recordemos a Conan, Roy Thomas y John Buscema por estos últimos hachazos.
 
REDNECK, 2. Donny Cates, Lisandro Estherren, Dee Cunniffe. Un escritor demuestra su oficio cuando es capaz de hacer que un sangriento tebeo sobre vampiros paletos, premisa que, a priori, suena a bufonada de sal gruesa, te toque el corazón y sus personajes te emocionen. Cates lo consigue ampliamente profundizando en sus conversaciones y las relaciones entre ellos, dotándolos de profundidad y motivaciones, dándoles una historia y una vida. Y es que le ha cogido el tranquillo a combinar el vértigo desbocado con el estremecimiento y la piel de gallina. Habrá quien diga que el arte de Estherren le resulta desgarbado, descuidado incluso. No se engañen: hay que saber dibujar muy bien para conseguir esos resultados. Ya saben, el dibujo no es bueno ni malo, sólo apropiado o inapropiado. Y este da justo en el clavo. Una serie apasionante, medida, bien balanceada, que se acerca a su final.